Día del Niño para dos hermanos que juntos viven
En las calles de asfalto resquebrajado donde florecen los grafitis y los anuncios pegados con cinta, caminan —no, ruedan— dos pequeños gigantes. No traen capa, pero su andar tiene la dignidad de los héroes. Son hermanos, sí, pero también camaradas, aliados, cómplices del viento y del pedal.
Uno lleva gorra ladeada y sonrisa valiente. El otro, bermuda roja y mirada de barrio. Juntos, conforman una dupla sin título nobiliario pero con abolengo de esquina. Son nobles del juego y caballeros del truco, ciclistas de la infancia que cabalgan su bicicleta como si fuera Pegaso escapando de la rutina.
Porque en ellos, la calle no es sólo calle: es campo de batalla simbólica, es territorio donde se forja el habitus, como diría Bourdieu, ese conjunto de disposiciones duraderas que uno no elige pero sí transforma. Y ellos, con su andar despreocupado, van subvirtiendo el orden: visten el negro con alegría, y el rojo con potencia. Juegan, pero también marcan estilo. Son niños, pero ya son discurso.
Y en este Día del Niño, no celebramos la infancia domesticada por los estantes de juguetería, sino la infancia libre, que toma el manubrio y avanza. Ellos se tienen el uno al otro, y eso los hace invencibles. No necesitan más.
¡Feliz día, hermanos del viento! Que su rueda siga girando como el tiempo que no se rinde. Porque mientras anden juntos, el mundo será un poco más justo, y mucho más feliz.
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Talita y Héctor (SABOR BESTIAL alegría del barrio)
Talita y Héctor en Lomas de San Lorenzo
El sol cae oblicuo sobre los muros grafiteados de San Lorenzo. Una esquina cualquiera, un día cualquiera. Pero algo tiembla en el aire: una vibración, un eco que no viene del cielo ni de la tierra, sino del centro exacto del corazón.
Allí caminan ellos, Talita y Héctor, dúo de cuerpos, cuarteto de almas. Llevan la música a cuestas como se lleva el pan: con urgencia y con ternura. Y aunque son dos, su sonido se multiplica —en cada golpe de tambor, en cada exhalación del acordeón, en cada giro del alma que baila sin saber por qué.
Se llaman SABOR BESTIAL alegría del barrio. Y lo son. No por el volumen, no por el ritmo frenético, sino por lo que dejan: un temblor de alegría que se cuela por las rendijas de la rutina. Son la sonrisa que cruza la banqueta, el niño que suelta el celular, el anciano que recuerda. Son el reencuentro del barrio con su espejo más alegre.
Octavio Paz escribió que el presente es perpetuo. Ellos lo saben. No buscan escenario ni aplauso: buscan la resonancia. Tocan no para ser escuchados, sino para despertar. En sus manos, los instrumentos son puentes entre el cuerpo y el instante.
Y así, en Lomas de San Lorenzo, su andar se vuelve ceremonia. Música que no embellece: revela. Música que no distrae: convoca. Dos siluetas, una cumbia, un acorde —y la calle ya no es calle: es plaza, es fiesta, es patria sonora.
SABOR BESTIAL alegría del barrio: conjuro que transforma lo cotidiano en milagro.
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Los Rodríguez y la Canoa del Viento
En la penumbra azulada del asfalto, cuando la noche cae como un telón estrellado sobre los pueblos de México, hay quienes no duermen, porque trabajan con la materia de los sueños. Son los Rodríguez, nómadas del asombro, caravaneros del vértigo. Vienen desde lejos con su camper, su casa rodante, su pan y su esperanza, tirando de la Canoa, un juego mecánico que corta la oscuridad como cuchillo de luz.
La Canoa no es solo fierro y electricidad: es barca lunar, es columpio de los dioses, es hechizo ambulante que convierte la plaza en feria, la rutina en prodigio. Se balancea como los tiempos antiguos, cuando el hombre creía que el cielo podía tocarse si uno se impulsaba lo suficiente. Y en cada vaivén, la infancia regresa, las risas revientan, los cuerpos se suspenden y por unos segundos, todo parece tener sentido.
Los Rodríguez no tienen escenario fijo. No tienen butaca asignada en esta obra. Son cómicos del aire, hijos del asfalto, artesanos de lo efímero. La suya es una existencia de ruta: montan, encienden, giran, desmontan. Y siguen. Son de esos que no salen en las noticias, pero sostienen la memoria emocional de los pueblos.
Ellos llevan su linterna de neón como otros llevaban antorchas, y su oficio es resistencia: contra la tristeza, contra la homogeneidad, contra el olvido. Mientras otros venden velocidad en bits, ellos la ofrecen en carne y hueso, en cables, en gritos, en gravedad. Por eso, cuando lleguen a tu barrio, no los mires con prisa. Sal, saluda. Sube a la canoa. Agradece.
Porque donde están Los Rodríguez, la alegría tiene casa.
Y aunque al día siguiente se vayan, algo de su magia siempre se queda.
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En la casa de los días felices
En la instantánea de la vida, Jorge parte un pastel que no es solo de chocolate, sino de memorias amasadas con paciencia, sonrisas y abrazos que no caben en ninguna receta.
Sus manos, firmes y sabias, han labrado con amor el corazón de su hija Lin, quien hoy se entrega al amor verdadero, ese que brota sin pedir permiso, como el agua fresca entre piedras antiguas.
Detrás, como un eco dulce, se ven Lin y Diego: dos almas jóvenes que se encuentran, no por casualidad, sino como frutos nobles de árboles bien plantados.
Hoy la familia celebra no solo un año más en la cuenta, sino una vida bien vivida, un amor bien enseñado, y una amistad que ha sabido extenderse como ramas que tocan otros cielos.
Aquí, donde Jorge sonríe y parte la felicidad en rebanadas, entendemos que educar no es imponer, sino sembrar alas.
Que criar no es atar, sino soltar con confianza.
Y que amar es, ante todo, enseñar a ser amado.
Poema de padre a hija
Hija mía,
te llevé en mis brazos antes de saber tu nombre,
te soñé antes de verte,
y te amé antes de que supieras hablar.
Hoy, cuando ríes al lado de quien eliges,
mi corazón se ensancha como un río en deshielo.
No hay mayor alegría que verte volar,
sabiendo que siempre tendrás un hogar en mí.
« A Jorge y Diego, por enseñarnos que la familia es un lazo que se escoge cada día. »
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Los niños, guardianes del mundo invisible.
Hoy, entre el mármol caliente del Zócalo y las sombras recortadas de las banderas, los niños caminaron como dioses recién nacidos.
Sus pasos, aún torpes y rientes, dibujaron sobre el suelo antiguo los nuevos senderos de la humanidad.
El Zócalo, piedra de siglos, los recibió como recibe la tierra a la lluvia: con grietas sedientas, con la esperanza secreta de renacer.
Y ellos, ajenos a la gravedad de los años, derramaron en el aire su risa, su grito, su danza errática y perfecta.
Decía Gutierre Tibón que todo lo visible es apenas un velo, y que detrás habita lo verdadero:
hoy los niños levantaron ese velo.
No con manos, sino con su sola presencia, con su sola mirada limpia.
Recordándonos —a nosotros, los oxidados— que la vida no es un deber… sino un juego que olvidamos cómo jugar.
En cada niño vibra un idioma perdido, un eco de la lengua primera que nombró al Sol, al Agua, al Sueño.
En su risa sobre el Zócalo, no escuchamos el español, ni el náhuatl, ni el mixteco: escuchamos la lengua olvidada del asombro.
La que antes de todo dijo: “Aquí estoy”.
Y eso bastaba.
Hoy, en el Zócalo de las Infancias, no fueron los gobernantes, ni los edificios, ni las estatuas los que mandaban.
Hoy, el imperio fue suyo.
Nosotros, humildes siervos de su alegría, solo pudimos mirar… y recordar.
No hay mejor paisaje que esas caritas pintadas, convertidas en pequeños lienzos vivos de color y risa.
No hay mejores coronas que esos peinados enloquecidos, altos como torres de sueños imposibles.
No hay mayor tesoro que esas miradas chispeantes, donde el mundo entero se ilumina cuando se reconocen felices.
Cada niño, en su particular desorden, es la partícula única de un universo que sigue naciendo, a pesar de nosotros.
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Triste
Pour ceux qui se conduisent comme des bêtes et font honte à leur chien.
Triste d’en arriver là.
Triste l’annonce du premier ministre en France d’installer des portiques de sécurité à l’entrée des écoles après une infâme attaque au couteau.
Triste ces quelques uns qui gouvernent et se conduisent comme des voyous.
Triste période de violence et d’incivilité.
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Eric el domador del concreto
Entre el humo, los cláxones y la desesperanza embotellada de una ciudad que nunca duerme ni se calla, Eric avanza. No necesita GPS. La Ciudad de México vive en su pecho, se le ha metido por los poros. Sabe dónde laten sus avenidas y dónde escupen rabia sus glorietas. Sabe que Insurgentes es una víbora, que Av. Tláhuac se arrastra como recuerdo, que Periférico es una guerra.
Eric no es un simple conductor. Es piloto de nave terrestre, psicólogo del volante, historiador de banquetas. Ha escuchado más confesiones que un cura y ha llevado más almas perdidas que un coyote en la frontera. Su taxi, un sedán ya entrado en años, vibra al ritmo de la cumbia y los amortiguadores cansados. Huele a humanidad y a esperanza tibia.
Pero ese día, el destino le puso una prueba.
Era martes, lo recuerda porque siempre detesta los martes. El sol estaba enojado. Periférico hervía. Y ahí, rugiendo como bestia sin dios, apareció el microbús: verde, sucio, con una calcomanía de “Dios me guía” y un conductor con mirada de enjambre.
El microbusero quiso cerrarlo. Una jugada baja. Eric, curtido en mil batallas de tráfico, apretó el volante, bajó el volumen del estéreo, y lanzó la mirada. No era ira. Era dignidad.
—No hoy, carnal —susurró como si hablara con la ciudad misma.
Y entonces comenzó el duelo: acelerones, giros imposibles, insultos lanzados por ventanas abiertas, un ballet mecánico a 30 kilómetros por hora. La gente en los otros autos observaba como quien presencia una danza entre titanes. El microbusero tiró su mejor embestida en una curva peligrosa… pero Eric, con un movimiento digno de videojuego, lo esquivó y lo dejó atrás, tragando humo y derrota.
Al final del día, Eric no ganó dinero extra. No fue aplaudido. No salió en las noticias. Pero un niño que iba en el asiento trasero, mirando con ojos de asombro, le preguntó con voz temblorosa:
—¿Usted es un héroe?
Eric no respondió. Solo sonrió. Puso primera, y siguió su ruta.
Porque así es Eric, taxista. Guerrero sin espada, sabio sin libros, leyenda sin monumento. El que lucha cada día por llegar… y por llevarnos.
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Una moneda pro favor…
En el asfalto de la gran ciudad, en el cruce mítico de Avenida Tláhuac y Periférico Oriente, donde los ríos de metal nunca se detienen, se alza una figura como un eco de tiempos antiguos. Con raíces de tierra lejana, busca un susurro de esperanza en un mar de indiferencia.
Sus manos, como hojas arrastradas por el viento de la historia, sostienen un cartón que narra epopeyas de caminos recorridos y sueños desplazados. En sus ojos, el reflejo de una lucha que resuena en cada esquina, en cada sombra, como una crónica de una humanidad compartida.
A ti, que cruzas su camino, en el vaivén del caos urbano, te invita a detenerte un instante, a recordar que cada rostro, cada mirada, lleva consigo un universo de esperanzas.
Que este encuentro, en medio del caos, sea un recordatorio de la humanidad compartida, un puente de solidaridad en un mundo que a menudo olvida.
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Donde la tierra se amarra al pie
En la avenida que cruje de calor y voces, entre lonas rojas como fuegos domesticados, David clava su sombra en el asfalto. Su puesto no es un puesto: es una extensión de su historia. Allí cuelgan los huaraches como flores secas que aún conservan perfume, como si cada par hablara en secreto con los pies que aún no los han calzado.
Llegan desde Michoacán, del corazón de Acámbaro, donde todavía hay manos que saben leer la piel como si fuera códice. Cada puntada, cada trenzado, es una forma de decir: “no hemos olvidado”. Pero cada vez son menos los que quieren aprender. Los talleres se enfrían. Los nietos ya no quieren coser, quieren teléfono. Las hijas ya no tiñen el cuero, pintan uñas. « Ya no deja », dice David con una calma que duele.
Y sin embargo, él viene.
Con su esposa, que entre trenzas y miradas sostiene el negocio como se sostiene una casa con los brazos. Y con sus hijos, que no están lejos ni distraídos: están allí, entre los huaraches, jugando, vendiendo, aprendiendo sin saberlo. Uno se sienta a ras del suelo, como si su silla fuera altar.
David no sólo trae huaraches, trae el peso del camino. Es comerciante, sí, pero también es puente. Cada par que cuelga, cada broche de colores que sostiene el calzado a la malla, es una pequeña resistencia. Porque allá, donde nacen, se mueren los talleres. Porque acá, donde se venden, el regateo no perdona. Porque en medio de esa doble herida, David levanta su altar cotidiano.
No lo dice, pero lo sabemos: sus hijos miran, sus hijos escuchan. Algún día —quizá— tomarán el cuero entre las manos y recordarán este momento. Recordarán el calor, los gritos del tianguis, los pies descalzos, y el olor del cuero recién tallado.
Y tal vez, solo tal vez, decidirán no dejar morir el oficio.
Porque hay huaraches que no solo calzan, también cuentan. Y hay hombres, como David, que no solo venden, también sostienen con su andar la última esperanza de una tradición que camina descalza sobre el filo del olvido.
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Banton y Palomita: danza de dos ruedas en Tomatlán
Allí donde el asfalto hierve bajo el sol de Iztapalapa, entre murales que hablan con voz de aerosol y raíces que se niegan al olvido, emerge Banton. No camina, planea. No rueda: vuela. A su lado, siempre, su cómplice de acero y espíritu: Palomita, blanca como un relámpago en la tormenta del concreto.
Dicen que nació en Tomatlán, donde la tierra aún recuerda el sabor a maíz y las leyendas se dibujan en las bardas. Desde chico escuchó el eco de los tambores y motores, y aprendió que la libertad no se mendiga: se conquista con equilibrio y corazón.
Cuando Banton se alza en una rueda, no desafía la gravedad: dialoga con ella. Su cuerpo se funde con Palomita como el danzante con su máscara, como el jinete con su nahual. Juntos narran una historia que no cabe en libros ni discursos, una historia tatuada en el pavimento, con tinta de caucho y valentía.
Y es que Banton no hace piruetas, hace poesía. Su acrobacia es un acto de fe, un rezo rodante. En cada truco, en cada giro, revive el espíritu de los antiguos calpullis: la comunidad, el honor, la entrega.
Tomatlán lo vio nacer, pero el barrio entero lo aclama. Porque cuando él se levanta, se levanta también la memoria de los que ruedan sin miedo, los que desafían los límites, los que hacen de la calle un templo y del rugido del motor, un canto.
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et souvent décline le rôle l’année suivante.
A cette heure-ci la foule se disperse mollement autour du Golgotha de San Lorenzo de Tezonco, dans la banlieue de Mexico où le Christ est régulièrement crucifié les Vendredis Saints. Ce sont parfois des ambulanciers qui prennent en charge la descente de croix parce que se glisser dans la peau du fils de Dieu est une prouesse épuisante, et qu’une fois sur deux l’élu s’évanouit… et souvent décline le rôle l’année suivante.
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La sonrisa de la niñez también es sagrada.
En San Lorenzo Tezonco, mientras la cruz se eleva y los adultos reviven el dolor del Gólgota, los niños sonríen. No es risa banal: es la risa del pueblo que sigue vivo, del corazón que no olvida.
Ellos también actúan, también cargan símbolos. Con sus túnicas tejidas por manos de casa y sus pasos entre el polvo, hacen memoria, hacen futuro.
Hoy, en Iztapalapa, Cristo vuelve a caminar… y los niños lo acompañan, con el alma pura y la mirada encendida.
Porque en su sonrisa cabe la cruz, la esperanza… y todo el amor de un barrio que no deja morir la tradición.
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Mia Keyli Serralde Buendía
Tener un bebé es inaugurar un mundo nuevo; cada sonrisa, un sol recién estrenado, cada llanto, un eco que renueva y fortalece la vida. Keyli llegó a iluminar con luz propia el barrio de San Pedro, en el corazón vibrante y colorido de Iztapalapa, donde las calles murmuran historias y ahora susurran nuevas melodías, compuestas por risas y juegos.
Esta pequeña niña, compañera y cómplice incipiente de Luz Angela, su madre fuerte y valiente, transita por la vida como una estrella diminuta, pero brillante, irradiando alegría y esperanza en cada latido, en cada mirada curiosa hacia el mundo que apenas comienza a descubrir.
Decía Gutierre Tibón, con su fina sensibilidad y aguda observación, que cada criatura recién nacida es una promesa fresca escrita en carne viva, una profecía que embellece y enriquece a la humanidad entera. Así es Keyli para Luz Angela: amiga nueva, vida nueva; ella es el espejo claro donde su madre se reconoce poderosa y capaz, enfrentando con nobleza y determinación el arte complejo y sublime de criar a una hija.
En cada gesto de Keyli, en cada sueño y en cada despertar, se escribe lentamente la historia más hermosa: la historia compartida entre madre e hija, el legado invisible y sagrado que Luz Angela entrega cada día, fortaleciéndose en la mirada confiada de su pequeña compañera.
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Domingo de Ramos en San Lorenzo Tezonco
Hoy nos volvemos a reunir en comunidad, como cada año, para recordar una historia antigua que sigue viva en el corazón del pueblo: la entrada de Jesús a Jerusalén. Con ramos en la mano, no sólo evocamos aquel gesto de bienvenida y esperanza, también reafirmamos que seguimos creyendo en la justicia, en la paz y en el amor como caminos verdaderos.
Aquí, en San Lorenzo Tezonco, entre las calles que aún susurran el pasado indígena y el legado campesino, esta fecha toma un sentido profundo. Porque así como Jesús entró montado humildemente en un burrito, aquí seguimos entrando con humildad y fuerza a cada casa, a cada corazón, sembrando unidad, fe y compromiso por nuestro barrio.
Hoy no es sólo un día de tradición. Es un recordatorio de que somos una comunidad viva, que camina con fe y con historia. Que cada palma bendita que llevamos es también una semilla de esperanza, un compromiso con el otro, con nuestros ancianos, nuestras infancias, nuestras luchas cotidianas.
Gracias a cada compañera y compañero de San Lorenzo Tezonco que, con su presencia, su esfuerzo y su cariño, hace que nuestras tradiciones florezcan como los ahuejotes del canal y como las flores de la chinampa.
Que este Domingo de Ramos nos llene de fuerza para seguir adelante, para seguir luchando por un Tezonco digno, alegre y en paz.
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La Semana Santa en San Lorenzo Tezonco: Un Legado de Fe y Unidad
Las tradiciones de San Lorenzo Tezonco son un testimonio de la riqueza cultural y espiritual de esta comunidad. Entre ellas, la representación de la Semana Santa ocupa un lugar fundamental, siendo no solo un acto religioso, sino un reflejo de la identidad del pueblo, que ha logrado mantener vivas sus costumbres a lo largo de generaciones.
Este evento, que tiene lugar año con año, se caracteriza por la participación activa de los habitantes del pueblo, quienes, con un profundo sentido de devoción, se visten y se convierten en los personajes bíblicos que narran la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Lo que distingue a esta representación es la participación de un grupo de actores locales que, con gran dedicación, llevan a cabo esta manifestación cultural, sin importar las dificultades, como lo demostraron incluso en tiempos de pandemia, cuando, adaptándose a las circunstancias, siguieron adelante con la tradición de manera virtual o con eventos más pequeños, pero igualmente significativos.
La importancia de esta representación radica no solo en su componente religioso, sino también en su capacidad para unir a la comunidad. A través de los años, los habitantes de San Lorenzo Tezonco han logrado transmitir a las nuevas generaciones el valor de las tradiciones, uniendo a personas de todas las edades y fortaleciendo los lazos entre los vecinos. Cada acto, cada oración y cada escena representan el esfuerzo de un pueblo que ve en la Semana Santa no solo una ocasión para rememorar los momentos más trascendentales del cristianismo, sino también una oportunidad para fortalecer su sentido de pertenencia y solidaridad.
En tiempos de adversidad, como la pandemia, esta tradición no solo mantuvo su vigencia, sino que también sirvió como un refugio emocional para quienes, más que nunca, necesitaban de la esperanza y la comunidad. Así, la representación de la Semana Santa en San Lorenzo Tezonco se convierte en un símbolo de resiliencia, fe y unidad, recordándonos que las tradiciones son un pilar fundamental para preservar la cultura y la identidad de un pueblo.
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bonheur
…alors que plongé dans l’intéressante chronique de Christian Salmon au sujet des emmerdes de MLP, intitulée : La conception narrative de la vérité, un mâle et une femelle moucheron tombent du ciel, font la bête à deux dos, copulent et me détournent avec bonheur du théâtre grand-guignolesque de tous ces egoboursouflés de la politique.
J’aime encore mieux voir baiser deux moucherons célébrer la vie que d’écouter MLP citer Martin Luther King.
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Hermes 33, el mensajero del viento
Por los carriles del Periférico Oriente, donde el humo quiere ser horizonte y el asfalto arde como desierto sin oasis, circula un hombre que ha hecho pacto con el aire. Su nombre es Alejandro Rodríguez, y su montura no es de carne ni de motor, sino de acero y voluntad. La ha bautizado con el nombre de los dioses que cruzaban el mundo a toda velocidad: Hermes 33, viajero urbano, mensajero de una esperanza que pedalea.
No contamina, no engorda, no se rinde. Cada giro de su rueda es una oración al porvenir. Cada metro que recorre es un manifiesto silencioso contra el envenenamiento de esta gran urbe que fue lago, que fue chinampa, que fue jardín. Su cuerpo, afinado por la disciplina y el camino, desafía la quietud tóxica del auto. Su presencia, ligera y firme, recuerda que otra ciudad es posible, si se le recorre con dignidad y esfuerzo.
Mientras otros miden su avance en caballos de fuerza, él lo mide en alientos contenidos, en sudor sagrado, en tiempo ganado a la salud. Él no se desplaza, él vuela. Y en su vuelo deja huellas invisibles que oxigenan esta Ciudad de México que tanto lo necesita.
Alejandro no lo dice, pero lo sabe: cada mañana, al montar a Hermes 33, está salvando al mundo —aunque sea un poco, aunque sea en su pedacito de ruta. Y eso, en tiempos como estos, es más que suficiente.
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Danza aérea en Iztapalapa: el vuelo ritual de los cuerpos libres
En el corazón palpitante de Iztapalapa, donde la historia se entreteje con las venas abiertas de la ciudad, un grupo de mujeres, niñas y jóvenes ascienden por las telas como si treparan hacia el cielo del Anáhuac. Suspendidas entre las ramas de los árboles y los hierros urbanos, ejecutan un rito antiguo con ropaje moderno: el arte de elevar el cuerpo para liberar el espíritu.
La danza aérea no es solo ejercicio: es una forma de sabiduría encarnada. Fortalece músculos y voluntad, flexiona la carne y la mente, mientras cada nudo es símbolo de los desafíos que se conquistan. En estas telas, las jóvenes de Iztapalapa reescriben el destino que otros han querido imponerles: desde la altura, el barrio se ve distinto, y ellas también se ven distintas —más grandes, más fuertes, más suyas.
Como en los antiguos voladores de Papantla que giraban descendiendo desde lo alto, estos danzantes modernos desafían la gravedad con movimientos que son oración y rebelión. El aire se convierte en territorio, y el cuerpo en mapa de resistencia. No se trata solo de arte ni de acrobacia: se trata de identidad, de comunidad, de belleza insurgente.
Bajo el concreto y entre las jacarandas, el puente deja de ser infraestructura y se vuelve altar. Aquí se suspenden las fronteras de la calle y se consagra el derecho a soñar con el cuerpo. Porque cuando una niña se eleva entre telas de colores, no solo entrena: se reconcilia con su fuerza, honra su linaje y reclama su porvenir.
Esta es la danza aérea en Iztapalapa. Y en cada vuelo, un acto de amor a la vida.
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El aro, el cuerpo, la voluntad: mujeres en cancha
En medio del parque, como si el mundo girara alrededor de una esfera naranja, cinco mujeres se alzan. No son musas ni sombras: son cuerpos que corren, saltan, se doblan, resisten. Son mujeres policía. Guardianas de la calle, ahora dueñas del balón. La cancha azul, como un cielo sin nubes, recibe el eco de sus pasos: cada bote es una palabra, cada pase, un latido. Al centro, una figura las guía: mujer de cabello rizado, volcán de energía y temple. No entrena músculos: despierta la memoria ancestral del movimiento. No impone: contagia. Habla con el cuerpo. Sus indicaciones son flechas de fuego que encienden la voluntad. Aquí no hay espectadores. El juego no es espectáculo, es rito. El balón es el sol que se pasa de mano en mano. Y cada enceste es un instante de eternidad: el tiempo se detiene, el cuerpo se afirma. « Soy », dice cada una. Soy fuerza, soy madre, soy hija, soy hermana, soy quien defiende y también quien sueña. El uniforme queda atrás por un momento. No hay jerarquías, solo respiraciones sincronizadas, sudor compartido, estrategias que nacen del instinto. La violencia del mundo queda fuera del rectángulo pintado. Aquí no se reprime: se juega, se libera, se vive. Octavio Paz escribió: * »La libertad no es un don: se conquista »*. Estas mujeres no piden permiso para ser. Se construyen, día tras día, canasta tras canasta. Y en cada entrenamiento afirman algo más profundo que la técnica: una identidad que rebasa lo laboral, lo doméstico, lo esperado. Son mujeres SSC. Son Iztapalapa. Son la sinfonía de un cuerpo colectivo que no se deja vencer. Y en cada salto, un país que aún puede elevarse.
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J’ai trouvé…
Aéroport, 5 heures du matin.Encore 5 heures à attendre avant mon vol pour Marseille.J ‘ai besoin d’un grand café.Ah! j ‘ai trouvé !…
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Asunción: el árbol que no se va
En la Colonia Francisco Villa, donde el sol se derrama sobre banquetas rotas y los pinos doblan el cuello para oír mejor los cuentos del viento, vive Asunción. No es solo una mujer, no es solo una abuela. Es raíz viva. Es memoria tibia. Es hogar de palabras antiguas y silencios sabios. Ella —como los códices que aún laten bajo la tierra de Iztapalapa— guarda en su voz los rezos del maíz y las canciones que ya no salen en la radio. Su risa no suena, sino que **resplandece**. Como si cada carcajada encendiera una luz antigua sobre el rostro de Sergio, su nieto, que crece a su sombra con la calma de quien sabe que tiene un lugar en el mundo. Abuela es una palabra que no envejece. Como las raíces que nunca se ven, pero sostienen todo. Y Asunción, como árbol en tierra volcánica, se ha curvado con los años para proteger. En su falda, Sergio encuentra lo que la ciudad ha olvidado: el sabor del pan recién hecho, las historias sin prisa, los consejos que no vienen de Google, sino del corazón. Pablo Neruda escribió una vez: * »Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. » * Y es que mientras una abuela viva respire en nuestras casas, **la primavera no se va del todo**. Tener abuela es tener refugio. Es saber que hay alguien que recuerda lo que tú aún no sabías que habías olvidado. Tener a Asunción es tener un mapa en medio del caos, una brújula hecha de afecto. Y en esta casa de Francisco Villa, donde un mural pinta la esperanza y el pino se dobla como en reverencia, ahí están: Asunción y Sergio. Nieto y abuela. Futuro y raíz. Un abrazo que atraviesa los siglos.
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…parce que
« …parce que j’étais lui comme j’étais ma mère et mon père et mon grand-père (…) et mon arrière grand-mère (…), de la même manière que j’étais tous les ancêtres qui affluent dans mon présent telle une foule ou une légion innombrable de morts ou une forêt de fantômes, comme tous les sangs qui se jettent dans mon sang, provenant de puits insondable de notre ignorance infinie du passé… »
Javier Cercas, Le Monarque des ombres
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José Santiago Flores R.
En la política —ese arte de la voluntad y la constancia— a veces uno tiene la fortuna de cruzarse con personas que no solo abren puertas, sino que acompañan el paso con generosidad. A José Santiago lo conocí cuando aún andaba tanteando los bordes de este oficio exigente; él, con esa mezcla de paciencia antigua y mirada firme, me extendió la mano, no solo a mí, sino a mi equipo, reconociendo en cada uno no solo el presente, sino la promesa del porvenir. Desde 2018 hasta hoy, ha sido guía sin imposición, maestro sin dogmas, y sobre todo, amigo sin reservas.
Hoy le tomé una fotografía —modesto homenaje— para agradecerle su tiempo compartido, su oído atento incluso en el desorden de las campañas, su consejo que no busca el aplauso, sino el crecimiento. En su temple aprendí que la política también puede ser un acto de lealtad afectiva, donde las decisiones nacen del compromiso, pero se sostienen con humanidad. Gracias, jefe Santiago, por ser brújula, compañía y firmeza. En esta imagen va una historia de gratitud, de formación y de afecto que no se borra.
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