Banton y Palomita: danza de dos ruedas en Tomatlán
19/04/2025
Allí donde el asfalto hierve bajo el sol de Iztapalapa, entre murales que hablan con voz de aerosol y raíces que se niegan al olvido, emerge Banton. No camina, planea. No rueda: vuela. A su lado, siempre, su cómplice de acero y espíritu: Palomita, blanca como un relámpago en la tormenta del concreto.
Dicen que nació en Tomatlán, donde la tierra aún recuerda el sabor a maíz y las leyendas se dibujan en las bardas. Desde chico escuchó el eco de los tambores y motores, y aprendió que la libertad no se mendiga: se conquista con equilibrio y corazón.
Cuando Banton se alza en una rueda, no desafía la gravedad: dialoga con ella. Su cuerpo se funde con Palomita como el danzante con su máscara, como el jinete con su nahual. Juntos narran una historia que no cabe en libros ni discursos, una historia tatuada en el pavimento, con tinta de caucho y valentía.
Y es que Banton no hace piruetas, hace poesía. Su acrobacia es un acto de fe, un rezo rodante. En cada truco, en cada giro, revive el espíritu de los antiguos calpullis: la comunidad, el honor, la entrega.
Tomatlán lo vio nacer, pero el barrio entero lo aclama. Porque cuando él se levanta, se levanta también la memoria de los que ruedan sin miedo, los que desafían los límites, los que hacen de la calle un templo y del rugido del motor, un canto.