Los Rodríguez y la Canoa del Viento

28/04/2025

En la penumbra azulada del asfalto, cuando la noche cae como un telón estrellado sobre los pueblos de México, hay quienes no duermen, porque trabajan con la materia de los sueños. Son los Rodríguez, nómadas del asombro, caravaneros del vértigo. Vienen desde lejos con su camper, su casa rodante, su pan y su esperanza, tirando de la Canoa, un juego mecánico que corta la oscuridad como cuchillo de luz.

La Canoa no es solo fierro y electricidad: es barca lunar, es columpio de los dioses, es hechizo ambulante que convierte la plaza en feria, la rutina en prodigio. Se balancea como los tiempos antiguos, cuando el hombre creía que el cielo podía tocarse si uno se impulsaba lo suficiente. Y en cada vaivén, la infancia regresa, las risas revientan, los cuerpos se suspenden y por unos segundos, todo parece tener sentido.

Los Rodríguez no tienen escenario fijo. No tienen butaca asignada en esta obra. Son cómicos del aire, hijos del asfalto, artesanos de lo efímero. La suya es una existencia de ruta: montan, encienden, giran, desmontan. Y siguen. Son de esos que no salen en las noticias, pero sostienen la memoria emocional de los pueblos.

Ellos llevan su linterna de neón como otros llevaban antorchas, y su oficio es resistencia: contra la tristeza, contra la homogeneidad, contra el olvido. Mientras otros venden velocidad en bits, ellos la ofrecen en carne y hueso, en cables, en gritos, en gravedad. Por eso, cuando lleguen a tu barrio, no los mires con prisa. Sal, saluda. Sube a la canoa. Agradece.

Porque donde están Los Rodríguez, la alegría tiene casa.
Y aunque al día siguiente se vayan, algo de su magia siempre se queda.