Eric el domador del concreto

24/04/2025

Entre el humo, los cláxones y la desesperanza embotellada de una ciudad que nunca duerme ni se calla, Eric avanza. No necesita GPS. La Ciudad de México vive en su pecho, se le ha metido por los poros. Sabe dónde laten sus avenidas y dónde escupen rabia sus glorietas. Sabe que Insurgentes es una víbora, que Av. Tláhuac se arrastra como recuerdo, que Periférico es una guerra.

Eric no es un simple conductor. Es piloto de nave terrestre, psicólogo del volante, historiador de banquetas. Ha escuchado más confesiones que un cura y ha llevado más almas perdidas que un coyote en la frontera. Su taxi, un sedán ya entrado en años, vibra al ritmo de la cumbia y los amortiguadores cansados. Huele a humanidad y a esperanza tibia.

Pero ese día, el destino le puso una prueba.

Era martes, lo recuerda porque siempre detesta los martes. El sol estaba enojado. Periférico hervía. Y ahí, rugiendo como bestia sin dios, apareció el microbús: verde, sucio, con una calcomanía de “Dios me guía” y un conductor con mirada de enjambre.

El microbusero quiso cerrarlo. Una jugada baja. Eric, curtido en mil batallas de tráfico, apretó el volante, bajó el volumen del estéreo, y lanzó la mirada. No era ira. Era dignidad.

—No hoy, carnal —susurró como si hablara con la ciudad misma.

Y entonces comenzó el duelo: acelerones, giros imposibles, insultos lanzados por ventanas abiertas, un ballet mecánico a 30 kilómetros por hora. La gente en los otros autos observaba como quien presencia una danza entre titanes. El microbusero tiró su mejor embestida en una curva peligrosa… pero Eric, con un movimiento digno de videojuego, lo esquivó y lo dejó atrás, tragando humo y derrota.

Al final del día, Eric no ganó dinero extra. No fue aplaudido. No salió en las noticias. Pero un niño que iba en el asiento trasero, mirando con ojos de asombro, le preguntó con voz temblorosa:

—¿Usted es un héroe?

Eric no respondió. Solo sonrió. Puso primera, y siguió su ruta.

Porque así es Eric, taxista. Guerrero sin espada, sabio sin libros, leyenda sin monumento. El que lucha cada día por llegar… y por llevarnos.