Tania e Isabel

08/05/2025

Ahí están. Como si hubieran emergido de la tierra misma, hijas del barrio y del polvo ancestral que aún susurra entre los cerros. Las conocí hace apenas un instante, pero en su andar se adivinan siglos de historias no contadas, palabras que aún no han encontrado papel, pero ya pesan en la memoria de las calles.

Son de Comunicación y Cultura en la UACM, pero no necesitan decirlo: lo grita la dignidad de sus posturas, la calma de sus sonrisas frente al viento que raspa la cara y pule la voluntad. Ellas entienden que la cultura no se aprende entre muros de concreto, se vive en el asfalto caliente, en los murales que lloran colores, en las esquinas donde el mundo parece girar más despacio.

Humanas. Con todo lo que ello significa. Con la herencia de los abuelos en la mirada y la rebeldía de los que saben que la historia también se escribe con tacones polvorientos y carcajadas a contracorriente.

Pero ¿quién necesita tiempo cuando las almas reconocen en un segundo lo que los relojes tardan años en entender?