Miguel Ángel y Nancy: la rueda del destino

01/05/2025

Miguel Ángel no entrega comida, entrega destino. Recorre la ciudad como un antiguo mensajero, no de papiros ni de decretos imperiales, sino de tortas al pastor y sushi en caja de unicel. Su silueta —erguida, resuelta— corta el aire como un presagio urbano. La mochila negra a la espalda lleva el emblema de DidiFood, pero también el peso de los días, el sudor del mediodía y los suspiros del crepúsculo.

A su lado, o más bien bajo él, su fiel yeguada de metal: Nancy. Dos ruedas que son círculos mágicos, protectores y perpetuos. Nancy no es bicicleta, es brújula y confidente. Con ella ha trazado los signos secretos de las colonias populares, ha domado los baches del oriente, ha danzado entre coches como un guerrero de asfalto. Nancy no se cansa, no se queja: sabe que es la extensión misma del cuerpo de su jinete.

Juntos han sorteado lluvias que caen como maldiciones, semáforos descompuestos y perros que ladran a la rueda como si mordieran el destino. Pero ellos avanzan. Porque el camino no es suyo: es del otro, del que espera. Del que aguarda un caldo caliente o un postre con nombre de nube.

Miguel Ángel no es un repartidor: es un Hermes moderno. Y Nancy, su caduceo de acero y caucho. Juntos, cruzan la ciudad dibujando con cada entrega el antiguo mapa de los oficios olvidados, los que aún resisten, los que aún ruedan.