Los brazos de Sofía

30/07/2025

A la salida del CRIT, cuando la mañana todavía no ha sacudido el polvo de los camiones, Sofía carga a Alonso como quien sostiene un pequeño sol que aún no aprende a girar. No hay apuro, no hay pena. Sólo la firmeza del amor cotidiano, ese que no presume, pero lo sostiene todo.

Alonso —hijo de Ismael, nieto de quién sabe cuántas esperanzas— tiene hidrocefalia, una palabra pesada para un cuerpo tan pequeño. Pero hoy no pesa. Hoy, en el umbral entre Periférico y Iztapalapa, es solo un niño abrazado al pecho de su madre. Un niño que ha aprendido que volar también puede hacerse con terapia, con rutinas, con los cantos suaves de la resiliencia.

Sofía, como las mujeres antiguas que cargaban al maíz, a sus muertos y a sus dioses, lleva a su hijo con la misma entereza con la que se sostiene el mundo. Vienen de la Venustiano Carranza, cruzando la ciudad como se cruzan los ríos: con fuerza subterránea.

No hay épica aquí —diría cualquiera distraído—, pero se equivocaría. Porque el acto de cuidar es una forma profunda de poesía. Y en cada paso de Sofía resuena algo antiguo: una madre que no se cansa, un hijo que aprende el ritmo de la tierra desde los brazos que lo acunan.