Sandy y Sara
21/03/2025
El abrazo que lo contiene todo
Tener a una madre viva es tener aún el corazón latiendo fuera del pecho. Es la posibilidad de volver a casa, de reencontrarse con esa voz que conoce nuestros silencios, de escuchar un « todo va a estar bien » que no necesita explicación ni justificación. En un mundo que cambia a una velocidad abrumadora, donde los días se nos escapan entre compromisos, pantallas y urgencias, el abrazo de una madre sigue siendo un refugio indiscutible. Tenerla viva es un privilegio que muchas veces damos por sentado, hasta que la vida nos recuerda que no hay presencia eterna.
Abrazar a una madre es tocar la historia, el origen, el hilo invisible que nos ancla a la vida. En sus brazos está la ternura de la infancia, el perdón incondicional, la fuerza que sostuvo nuestras caídas y el aliento que celebró nuestros logros. Un solo abrazo suyo puede romper la tristeza, deshacer la angustia, devolvernos al centro. Hay quienes han perdido a sus madres y darían todo por un instante más para abrazarlas. Nosotros, los que aún podemos hacerlo, deberíamos detener el tiempo en ese gesto, agradecer su existencia cada día, mirarla con los ojos del alma y comprender que su presencia es un regalo inmenso.
No hay regalo más sencillo ni más profundo que un abrazo. No hay lugar más seguro que los brazos de una madre. Quien aún puede estrecharla entre los suyos, tiene todavía el milagro de la vida latiendo cerca. Que no se nos olvide. Que no lo dejemos para después.