A los hombres y mujeres del camino

20/11/2024

A los hombres y mujeres del camino:

En el vasto mapa de asfalto que dibuja el cuerpo de nuestra tierra, ustedes, los traileros, son los latidos constantes de un corazón que nunca deja de moverse. La vida se despliega sobre sus parabrisas como una película interminable: amaneceres que nacen detrás de montañas lejanas, lluvias que se desmoronan sobre las luces de sus faros, carreteras solitarias que atraviesan un tiempo que parece estar siempre en fuga.

Ustedes son los custodios de la distancia, los traductores de lo lejano en lo cercano, los que, desde la cabina de sus camiones, llevan sobre los hombros no sólo la carga de sus tráileres, sino también el peso invisible de un país que depende de su movimiento para no detenerse. Sin ustedes, los puertos se vaciarían, los mercados quedarían desiertos y las ciudades, esas grandes bestias insaciables, se encontrarían hambrientas y desnudas.

Pero ser trailero no es solo un oficio, es una manera de habitar el mundo. En cada kilómetro recorrido, en cada curva conquistada, en cada noche en que el sueño amenaza con caer más pesado que la carga misma, hay una pequeña lucha, un pacto entre la resistencia humana y la máquina que les acompaña. Ustedes son los marineros de un océano de tierra, los habitantes de una soledad que, aunque inmensa, no los vence.

Porque ¿qué es un camión sino una extensión del cuerpo, un lugar donde se mezclan el sudor del trabajo y la precisión del arte? Ustedes saben escuchar el susurro del motor como si fueran médicos al oído del corazón. Cada vibración, cada quejido de la máquina les habla, y ustedes responden con manos firmes, con un instinto que no se enseña, que sólo se aprende viviendo.

Y, sin embargo, entre los kilómetros recorridos y los mapas desgastados, hay un peso mayor que el de la carga que transportan: el de la distancia, esa vieja enemiga que les separa de quienes aman, de las mesas donde no siempre pueden sentarse, de las risas que a menudo sólo escuchan en recuerdos. Pero incluso en esta ausencia hay una fuerza extraordinaria, porque cada regreso —por breve que sea— está cargado de un significado que sólo ustedes conocen, un amor que se mide en kilómetros y en sacrificios.

A veces, cuando la noche cae sobre la carretera y el mundo parece haberse escondido detrás de las sombras, puede parecer que son invisibles, que nadie les ve, que nadie les piensa. Pero no es así. Sepan que en cada hogar iluminado, en cada plato servido, en cada estante lleno, hay un rastro de ustedes, un eco de su esfuerzo. El mundo se mueve porque ustedes no se detienen.

José Saramago, en su infinita sabiduría, nos enseñó que no hay historias pequeñas, sólo ojos que no saben mirar. Y si alguien observa con atención, verá en cada trailero una épica cotidiana: el coraje de enfrentar los caminos, la paciencia de soportar las largas horas y el espíritu indomable de quienes saben que el destino siempre está más allá de la siguiente curva.

Ustedes son los poetas del camino, los tejedores de rutas imposibles, los que cargan no sólo mercancías, sino el pulso vivo de un mundo que a menudo olvida lo que debe a sus manos. Y si alguna vez sienten que el cansancio pesa más que la carga, recuerden esto: son los héroes invisibles de un tiempo que necesita movimiento para no volverse polvo.

Que cada kilómetro les lleve más cerca del destino que buscan, y que, al final del trayecto, encuentren el descanso que merecen y el abrazo que les espera.

A ustedes, los eternos viajeros de lo incierto.