Descanso

17/12/2024

El puente peatonal de la estación Periférico Oriente se alza como una lengua de concreto suspendida entre dos mundos: el bullicio del tráfico vehicular y el continuo fluir humano del metro. Bajo su sombra, una figura se recuesta en el umbral de las escaleras, vestida con los colores vibrantes de un uniforme que contrasta con los grises apagados del entorno. Es un descanso breve, acaso robado al tiempo, pero tan humano como el aliento mismo.

En sus manos, un celular. Ese pequeño tótem de nuestra era, que a la vez ata y libera. ¿Qué mensajes cruzan su pantalla? ¿Palabras de cariño, de trabajo, de espera? El dispositivo no es solo una herramienta; es una extensión de su mundo, un hilo invisible que conecta esta pausa efímera con vidas lejanas.

El descanso es un acto antiguo y necesario. Quizá sea el legado de nuestros ancestros, que también se detenían bajo la sombra de un árbol o el cobijo de una roca, para reflexionar, escribir, o simplemente ser. Hoy, esta trabajadora se detiene no bajo un árbol, sino bajo la estructura moderna de un puente que habla de la velocidad y la prisa. Y, sin embargo, la escena es intemporal: una persona que se resiste a ser arrastrada por el torbellino cotidiano, que encuentra en el instante su refugio.

El puente, con su geometría dura y funcional, parece mirar indiferente, pero a la vez, guarda en su corazón de metal una sabiduría tácita: el reconocimiento de que toda marcha, toda jornada, necesita su pausa. Este pequeño rincón urbano se convierte así en una cápsula de humanidad, donde la vida y la tecnología, la modernidad y la necesidad ancestral de descanso, se entrelazan en un instante único.