Mis compañeras y compañeros

14/07/2025

En la frágil penumbra que antecede al alba, cuando la luna aún se aferra a las cornisas del Centro Histórico y el aire huele a maíz recién despierto, mis compañeros y compañeras de Participación Ciudadana —orgullosos hijos e hijas de Iztapalapa— ya caminan con paso firme rumbo al Zócalo. Son las 6:45 a. m. y, como escribiera Gutierre Tibón sobre los antiguos correos del Anáhuac, parecen mensajeros “con la palabra en el pecho y el deber en los talones”.

Bajo la sombra altiva de la Torre Latinoamericana, forman una fila que no es fila, sino serpiente luminosa: cada rostro lleva el brillo de mil amaneceres cargados en los bolsillos. Portan la mochila repleta de tarjetas del programa “Desde la Cuna” —pequeños talismanes de futuro— y un libro invisible donde apuntan, casa por casa, el pulso de la ciudad que late detrás de cada puerta.

Su tarea no es sólo repartir plástico y números; es tejer confianza. Tocan timbres, saludan abuelas, escuchan dudas, comparten instrucciones; vuelven a tocar, a explicar, a sonreír. Son cartógrafos de la esperanza cotidiana: dibujan con pasos los contornos de una Iztapalapa vasta, broncínea y viva, donde cada calle es un capítulo y cada beneficiaria una semilla recién sembrada.

Si la urbe es un cuerpo, ellos son su sistema circulatorio: llevan nutrientes a los rincones más escondidos y regresan con noticias frescas para el corazón del gobierno. Y lo hacen sin estridencia, con la discreta grandeza de quienes saben que el verdadero reconocimiento se pronuncia en voz baja, como una bendición.

Tibón decía que las palabras poseen raíces profundas, “como raíces que se beben la lluvia de los siglos”. Así, la palabra servicio germina en sus manos. Así, la palabra comunidad florece en su agenda. Y así, cada amanecer repetido es una página más en el gran códice de la Ciudad de México, escrita con sudor, pasos y sonrisas.

Quede este texto como modesta ofrenda: un puñado de sílabas para honrar la hazaña diaria de levantarse antes que el sol y abrazar, con entrega y ternura, el porvenir de quienes apenas empiezan a caminar. Porque ustedes, compañeros de Iztapalapa, son gigantes de carne y barrio que sostienen la urdimbre invisible de nuestra ciudad.