Enrique y Abraham, peregrinos del sonido
04/10/2025
Llegaron desde Querétaro, trayendo en sus manos el eco antiguo de la tierra.
Enrique abraza el contrabajo como si fuera un tronco vivo: de sus cuerdas brota el temblor del maíz y del viento.
Abraham, con su acordeón gastado, respira la ciudad y la devuelve convertida en canto.
Juntos, en una esquina cualquiera de la capital, tejen un instante de eternidad.
No buscan aplausos: buscan alma.
El rumor de los autos se mezcla con su música y por un momento, la urbe se detiene, recordando que bajo el concreto aún laten los tambores del origen.
Ellos son semilla y testimonio, melodía que no se vende ni se apaga.
Músicos de paso, sí, pero también guardianes de la memoria: esos que sin saberlo, sostienen el alma de un pueblo a fuerza de acordes y esperanza.