El aire también pinta.
30/11/2025
No sólo empuja hojas secas o levanta polvo en las avenidas del mundo: cuando pasa por el compresor y atraviesa el cuerpo metálico del aerógrafo, se vuelve tinta respirada, neblina de color que se posa en los muros y los convierte en memoria.
En ciudades distantes —del puerto industrial gris al barrio que mira al volcán— el mismo gesto se repite: una mano sostiene la pequeña máquina, el oído atento al soplo constante, el ojo midiendo milimétricamente la distancia entre boquilla y pared. Cada muro es un pulmón; cada trazo, una exhalación dirigida. Así trabaja Cayetanos Aerografía, desde Iztapalapa para el mundo: domando el aire para que, en vez de borrarlo todo, escriba.
El aerógrafo, herramienta humilde y futurista a la vez, permite que el color no caiga a golpes de brocha, sino que aterrice suavemente, capa sobre capa, como si la imagen apareciera desde adentro del muro. Retratos, paisajes urbanos, figuras míticas o cotidianos del barrio surgen primero como bruma, luego como silueta, hasta fijarse en una presencia nítida que dialoga con quien pasa. Es la antigua pulsión humana por dejar huella, actualizada por un chorro de aire comprimido.
Cayetano, artesano del aerosol fino, se inscribe en esa larga genealogía de quienes escriben sobre piedra y cemento, pero su pluma es un compresor portátil. Desde Iztapalapa, sus paredes narran historias de orgullo barrial, rostros anónimos que se vuelven emblema, colores que contradicen la grisura de las noticias. Frente a sus murales, entendemos que el aire no es vacío: es el vehículo invisible de una estética que une esquinas de colonia con avenidas lejanas, una ruta aérea que conecta las paredes del mundo.